Unidos en Cristo

Unidos en Cristo

Unidos en Cristo

A veces el mundo cambia cuando menos se espera, y en un solo momento los planes mejor trazados deben abandonarse. Esto es lo que sucede cuando la guerra estalla como un volcán en el paisaje, destruyendo viejos caminos y al mismo tiempo creando algo nuevo. La Asamblea de distrito en Jordania se había programado con meses de antelación, mucho antes de que nadie supiera que habría un ataque en Israel que provocaría conmociones en toda la región de Eurasia. Incapaces de pronosticar el impacto, continuamos avanzando con los planes que se habían hecho.

La noche anterior a la asamblea, nos dirigimos al Mar Muerto, mirando a través de las tranquilas aguas las costas de Israel y Cisjordania, sabiendo que no había paz. Como hijos de Dios, vimos el mundo a través de una nueva lente, en la que no hay fronteras ni muros divisorios dentro de la familia de Dios. En algún lugar al otro lado de esa división acuosa, había una congregación llena de hermanos y hermanas en Cristo que se vieron llamados al servicio militar por posiciones opuestas.

El mundo es desordenado y, sin embargo, día tras día, se nos recuerda que debemos fijar nuestros ojos en Jesús. Esa noche en Jordania, habría sido fácil quedar atrapado en la preocupación y la ansiedad, incluso mientras la historia se desarrollaba ante nuestros ojos, pero fuimos invitados a un tipo diferente de historia: una historia que el Señor estaba escribiendo. Y así, en medio del conflicto y las protestas, nos reunimos para una asamblea de distrito. Allí la iglesia escribió un nuevo capítulo para este país al ser ordenada la primera mujer en cualquier iglesia o denominación. Así es como obra nuestro Señor: abriendo nuevas puertas incluso en medio de grandes conflictos.

El siguiente paso de nuestro viaje fue cancelado porque todas las aerolíneas dejaron de volar a nuestro destino. Comprendimos que nuestra presencia se convertiría en un desafío para quienes se encontraban en el terreno. Nuestro desvío se convirtió en una casualidad, pero nos llevó a otro espacio donde la guerra esta dejando una huella en una nación pequeña. Armenia fue la primera nación cristiana en todo el mundo. Las fronteras de la nación han cambiado numerosas veces a lo largo de las generaciones, pero los cristianos en Armenia remontan sus raíces hasta Noé y el asentamiento del arca en la cima del monte Ararat.

Las fronteras han vuelo a cambiar en los meses anteriores debido a un ataque en una nación vecina y de repente más de 100,000 personas se encontraron refugiadas dentro de su propia nación. Ereván, la capital, se vio sacudida por la llegada de tantas personas que habían perdido sus hogares, trabajos y pertenencias personales. Los automóviles, apilados con todo lo que podían transportar, se alineaban en las calles mientras la gente buscaba un nuevo lugar al que llamar hogar. Fue aquí donde conocimos a nuestros jóvenes nazarenos que estaban trabajando para satisfacer las necesidades de quienes llegaban a su comunidad. Los adultos jóvenes distribuyeron ropa de cama y comida a los nuevos refugiados. No sólo estaban satisfaciendo necesidades físicas, sino que compartían el amor de Jesucristo.

Hace muchos años, mi esposo y yo tuvimos el privilegio de venir a Armenia y conocer a quienes recién comenzaban a conocer a Cristo. En una ocasión tuvimos un bautismo y después del bautismo plantamos un nogal. Ahora, casi veinte años después, cuando la guerra nos había llevado a este desvío, los pastores y lideres que habían sido bautizados años atrás vinieron a visitarnos. Nos trajeron una bolsa llena de nueces, fruto del árbol que habíamos plantado ese día del bautizo hacía tantos años. Qué recordatorio de que en los desvíos de la vida, Dios quiere que sigamos dando frutos en su nombre.

Aunque la guerra entre Rusia y Ucrania interrumpió nuestro viaje, vimos claramente la mano de Dios obrando. Y, aunque el país en el que criamos a nuestros hijos y a nuestras personas amadas en el reino de Dios ahora está cerrado para nosotros, sabemos que la Iglesia florecerá.

Pablo sabía de qué estaba hablando cuando escribió a la iglesia en Roma: “Yo estoy seguro de que nada podrá separarnos del amor de Dios: ni la vida ni la muerte, ni los ángeles ni los espíritus, ni lo presente ni lo futuro,  ni los poderes del cielo ni los del infierno, ni nada de lo creado por Dios. ¡Nada, absolutamente nada, podrá separarnos del amor que Dios nos ha mostrado por medio de nuestro Señor Jesucristo! (Romanos 8:38-39). Como hermanos y hermanas en Cristo de más allá de las fronteras, a pesar de las naciones en guerra y los grupos étnicos que luchan entre sí, encontramos unidad a través del amor de Dios.

En la última noche de una reunión en Eurasia, miro alrededor de la sala y veo los hermosos rostros de aquellos que son parte de mi familia: la familia de mi iglesia que ha estado unida a Cristo. Desde el sur de Asia hasta el Medio Oriente, a través de la ex Unión Soviética  y por toda Europa, nada puede separarnos mientras levantemos la cabeza y mantengamos los ojos en Jesús. ¡Gracias a Dios!

Carla Sumberg  es Superintendente General de la Iglesia del Nazareno.

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